22.4.20

Carta al aura

El día que te fuiste el verano estaba quemándonos. El sol pegaba como si fuese a estallar y arrasar con toda la vida del planeta. El agua emanaba de mis poros intentando aliviar mi piel. Me desperté de golpe, víctima de un disparo invisible. Contesté el celular para atender esa maldita llamada. La persona que me hablaba del otro lado tenía una misión nefasta. Informarme de tu muerte. Lo que pasó después lo viví en piloto automático. Sentí que mi cerebro se suspendió y de mi boca salían palabras sin sentido. Una amiga intentando decir alguna frase acertada, mi mamá diciendo cosas desafortunadas. Me encontré frente al ropero intentando reactivarme ¿Qué ropa uso? Abrí un cajón y me quedé mirando, intentando elegir una remera sabiendo que iba a ser la última vez que la iba a usar, cualquiera sea. ¿Era muy amiga tuya? Me preguntó alguien. No supe qué decir. No estaba segura. ¿Si quiera me querías? Intenté muchas veces convencerme de que no, ni siquiera éramos tan unidas, pensé. Perdón. Ya sé. Si estuvieses acá me retarías. ¿Cómo me olvidé de todas las tardes de secretos mientras trabajábamos? ¿Por qué me olvidé de tu sonrisa mientras me agarrabas la mano y me hacías sonar los dedos, aunque yo lo odiaba? ¿Y todas las veces que fuiste a mi casa con torta y medialunas y hablamos hasta las cuatro de la mañana? En ese momento habría sido demasiado pensar en eso. Ya suficiente tortura era tener tu risa en loop en la cabeza. Me puse un jean negro y una musculosa del mismo color, una que nunca había usado. Yo odio el calor, pero ese día no lo sentí. Hubiese podido estar parada bajo el sol durante horas, porque la quemazón en la piel era más soportable que la del alma. ¿Eras muy amiga mía? Me repetí para mis adentros más de una vez. ¿Es necesario todo este dolor que estoy sintiendo? ¿Se lo puedo prestar a alguien que te haya querido más? ¿No debería sentirme así? ¿Tengo permiso de hacerlo? Las preguntas fueron surgiendo a medida que pasaron los días, disparadas por esa primera. ¿A quién le preguntaría todo esto? Ah, te escribí una carta. La tiré sobre el cajón mientras bajaba y no sé qué decía. Perdón. ¿Eras muy amiga mía? ¿Estoy habilitada para eso? Escribirte una carta que nunca vas a leer, llorarte hasta secarme y después simplemente quejarme como un animal herido, tirada en mi cama. Todos pensaron que un mes después yo ya no te sentía clavada en mi pecho y la verdad me dio vergüenza admitirlo. Me puse a hurgar en mi cajita de cartas y recuerdos, según yo de forma casual. De pronto, una nota tuya diciendo que me querés. ¿Con qué derecho, si ya estás muerta? ¿Eras tan amiga mía? Ya pasaron meses y te sigo viendo en todos lados, en todas las chicas con pelo largo y castaño ¿Cuál es la pregunta que me tienen que hacer para quitarme ésta de la cabeza? Quiero arrancarla de mí, porque es cruel. Es cruel preguntarle eso a alguien. 
Estoy viajando en tren, yendo a rendir el primer parcial de la carrera. Imagino el mensaje que me hubieses mandado. Seguramente palabras de aliento, un te quiero y un corazón o una carita feliz. Siento una piedra en la garganta y se me corta la respiración. Te extraño. Parece que pasó una eternidad. Pasaron muchas cosas, me gustaría contarte. Unos meses después de que te fuiste conocí a la persona que estaba esperando hacía mucho, y lloré en su hombro tu ausencia. Como si lo conociera de toda la vida. Si me lo mandaste vos, gracias. Él dice que a mí me mandó su papá, porque él se lo pidió una noche mientras le hablaba a la luna.  Vos sabrás la verdad. Sólo quiero preguntarte algo, ¿Eras muy amiga mía? ¿Tan amiga mía?  Ya sé lo que me responderías. Seguro con un chiste, no podías tomarte nada demasiado en serio. Alguien se sienta al lado mío en el tren y yo me seco con disimulo las lágrimas. ¿Sabés cuánto tiempo va pasar hasta que pueda recordarte sin tristeza? Necesitaría que me digas eso también. Ya tengo la pregunta que reemplaza a la otra, que tanta angustia me generó. ¿Vos sabías que me salvaste cuando fuiste esa noche de sorpresa y tomaste mates con nosotras, incluso cuando hacía mucho que ya no venías a nuestras reuniones? Como si supieras que sólo nos quedaban dos semanas con vos. ¿Sabés que cuando a la mañana te fuiste y me saludaste con la mano desde el umbral de la puerta, yo te vi borrosa, pero distinguí una sonrisa? ¿Y que estuve a punto de levantarme, pero pensé que no tenía sentido, que te iba a volver a ver en unos días? Esta distancia que nos separa se quiere materializar entre mí misma y el resto de la gente. Por eso tengo que luchar cada día para arrimarme al fuego ajeno, siempre con ese miedo a que se apague. Pero te prometo que no voy a dejar de intentarlo, en honor a tu vitalidad y optimismo, ese que yo nunca tuve. Y que nadie más me va a hacer dudar de que en algún momento yo fui tu amiga.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario