22.4.20

Carta a La Ladrona de Libros

Ladrona:  
Me circunda la sensación de haber salido de un devocional. Y en cierta manera es así. Los versos escritos por todas esas mujeres cansadas de haber pasado la eternidad en el olvido, salieron de tu boca como oraciones que alumbraron las mesas del Argot. Y no hablo de rígidos sermones recibidos por miembros comunales con las cabezas gachas. Sino de poesía. Dulce poesía en forma de rezo ¡Y si fuera eso solamente lo que me atravesó tan profundo el alma! El recitado de cada verdad, cada verdad personalizada en forma de cuchara de mermelada. Taza de café. Medialuna recién horneada. Que no importe el ruido del mundo, que siguió moviéndose ilusoriamente alrededor nuestro. Y la imagen de tu persona, libro en mano proclamando con voz firme y sensible la vida de ellas, los ojos levantándose de vez en vez, sosteniendo un puente transparente entre sor y sor. Generando la sensación indiscutible de que éramos testigos de un momento digno de adoración: Una mujer reviviendo a otras, prestándoles su voz y corazón, para que quizás... nos salven. Que nos salven. Adorable. Terminada la lectura necesaria, nos pediste que nos vayamos con un pensamiento...¿Aún más? Pensé. “Leo y me apodero” Sentenciaste. “Leo y me empodero”, escuché. Y me sentí invencible, infinita y eterna. Si ellas pudieron trascender sus siglos, sus tristezas, sus pesares. Si ellas nos dejaron su palabra como arma y escudo. Como texto sagrado en sánscrito escrito en sangre. Nosotras también podremos perdurar. Y esta sensación es indeleble. Gracias 

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