6.8.20

 Tenía seis años cuando descubrí la literatura. Mi familia siempre se formó por prolíficos lectores. Nunca dudé de mi amor por los libros. Nunca dudé de mi capacidad de escribir. Mi infancia es un compilado de recuerdos ficticios y mi vida entera sucedió mayormente en mi cabeza. Por fuera aleteaba una mariposa y por dentro se desataba un tsunami. Quizás por eso la sensación de caos constante, a pesar de vivir de forma intrascendente. Pasé mucho tiempo culpándome, acusándome, reprochando mi forma de ser entera. Pocas veces culpé al resto, al menos no en voz alta. No me siento capaz de muchas cosas aunque ya las haya hecho. Tengo un historial que me muestra que puedo ser lo que quiera, prefiero el beneficio de la duda. Amé a ciegas varias veces, pero siempre viendo al otro con suma claridad, sin negarle los defectos. Amé para toda la vida y duró unos años, sin dejar de ser vidas enteras. Pensé muchas veces en lo abrumador del silencio, me ahogaba escucharlo y también aprendí que el ruido constante me deprime. Dije varias veces que quería estar sola y vivo haciendo lo posible para que no pase. Me mudé varias veces aunque siempre viví en el mismo barrio. Creería que vivir y estar no debería usarse como sinónimos.

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