6.11.21

Mil versiones unaúnica

Escucha bien. De cerca. Pegá la oreja contra la pared. No importa ni siquiera la falta de atención. Importa que tengas la oreja pegada ahí. Escuchá cómo pasa el tren. Te tendría que estar llevando         ¿Por qué te quedaste?         Esto que pasó no era lo que tenía que pasar, un déficit en el modelo para armar que es tu vida, una falla de imprenta en tu librito rudimentario de cosas por hacer. Una cosa más para deshacer, un cuaderno más para escribir. Nunca te importó estar tan presente y no te costaba hacía mucho vivir el ahora. Intentar aprender algo mientras no sabés ni cómo te sentís ni qué es lo que querés… más difícil que tener casi treinta años y no saber qué estás haciendo ¿Qué te califica como fracaso? ¿Existe el fracaso? ¿Existe el éxito? Lo que signifique ser exitoso siempre pareció alejarse con cada meta cumplida y desde adentro siempre sentí que seguir viva era todo el éxito que necesitaba. Porque no es fácil estarlo y uno pensaría que el éxito es algo difícil de conseguir. Ser médica fue fácil, lo difícil fue mantenerme con vida hasta hoy: Lunes de octubre del veinteveintiuno. Una marca en el tiempo-espacio que es este universo, donde todo existe en el mismo momento sólo que no lo podemos ver. Estás en este tiempo y está en este espacio, la dimensión que te contiene es única y es la misma para todos. Hilvana deseos de todos los planetas, destellos de todas las cosas que alguna vez existieron. Y vos agradecés seguir existiendo también, junto con todo esto. Al mismo tiempo. Siendo que no hay otra opción. Nunca la hubo. Vas a existir para siempre

29.10.20

26/12/2019

 Pensás que me olvidé

¿Por qué tardé tanto?

porque me importa demasiado

Quiero ser tu mejor decisión

Tu peor pérdida

La que quema en tus cuerdas


La que sana en tu alma

Tu mejor victoria

Quiero ser tu peor opción

Porque me importa demasiado

¿Por qué tarde tanto?

Algo que perder

Si nos dividimos

me estremezco por pensarlo

me sale natural


Te creé en un viaje de ida

a la plaza más cercana

jugando con el stop


Te recordé en el silencio

en la oscuridad del cuarto

Me abracé al libro

y lloré por querer

que todas tus cosas me aplastaran

04/02/2020

Escribo porque no sé qué más hacer. No sé. Quemás. Qué hacer. No sabría qué hacer. Y aunque no lo leas, yo sé que sí. Porque lo que escribo se me graba. Me estigmatiza. Es lo que soy. Y vos me ves, me hablás y sabés. Me leés. Yo me denomino por miedo por medio de mi escritura. Te muestro mi piel: esta soy, aseguro. Y el estigma sangra un poco, porque está recién tatuado. Y vos sonreís y parecés aceptar que algunas de las cosas que me denominan, también sangran. 

26/12/2019

 Me creaste en la soledad

Te imagino

Imaginando una vida

Perdiéndote en un saludo

Yo perdiéndote como ahora

Te imaginé en soledad

Nada es nunca lo que pensamos

Nos creamos para estallar

18.8.20

Mi control de daños es esto

Estas palabras son para reconocerte: te costaba abrirte y con mucho esfuerzo me contaste todo. Ahora cada vez que estamos mal, simplemente lo decimos. Lloramos por teléfono. Nos decimos cosas feas. Nos contamos los peores miedos. Las inseguridades más antiguas. Las ideas más extrañas.

Nunca quise conocer tanto a alguien como a vos. Me fascinás. Nunca quise tener tan cerca a alguien como a vos, en todo sentido.

Quiero mostrarte todo de mi y que te des cuenta de que esto que soy está hecho para no durar, y que aún así, dura.

Que veas que me siento frágil y que probablemente lo soy tanto como soy efímera y al mismo tiempo eterna. 

Y que veas que donde me duele es en donde más me podes golpear. 

Mostrarte que si queremos podemos ser indestructibles, porque nos contamos todo hasta drenarnos de energía y ganas de tener algo que decir.

Que nos fortalece esta desesperación de querer ser vulnerable. Dejar que me veas desnuda, con todos mis cortes y por fin, me elijas igual.

6.8.20

 Tenía seis años cuando descubrí la literatura. Mi familia siempre se formó por prolíficos lectores. Nunca dudé de mi amor por los libros. Nunca dudé de mi capacidad de escribir. Mi infancia es un compilado de recuerdos ficticios y mi vida entera sucedió mayormente en mi cabeza. Por fuera aleteaba una mariposa y por dentro se desataba un tsunami. Quizás por eso la sensación de caos constante, a pesar de vivir de forma intrascendente. Pasé mucho tiempo culpándome, acusándome, reprochando mi forma de ser entera. Pocas veces culpé al resto, al menos no en voz alta. No me siento capaz de muchas cosas aunque ya las haya hecho. Tengo un historial que me muestra que puedo ser lo que quiera, prefiero el beneficio de la duda. Amé a ciegas varias veces, pero siempre viendo al otro con suma claridad, sin negarle los defectos. Amé para toda la vida y duró unos años, sin dejar de ser vidas enteras. Pensé muchas veces en lo abrumador del silencio, me ahogaba escucharlo y también aprendí que el ruido constante me deprime. Dije varias veces que quería estar sola y vivo haciendo lo posible para que no pase. Me mudé varias veces aunque siempre viví en el mismo barrio. Creería que vivir y estar no debería usarse como sinónimos.

 Querer escribir, en mí, significa querer vivir.

14.6.20

La casa más endeble

Me decís que vivirías en una casa 

Que trabajarías de lo mismo para siempre 

Que tu amor es inalterable, eterno, seguro 

Y yo seguro no quiero, no quiero 

No querría saber qué voy a estar haciendo 

De acá a diez años 

Si te voy a amar a vos o a ella 

No querría vivir en esa casa tuya  

Tan segura, tan bien plantada 

Tan inamovible ante la brisa tenue de una idea  

Nacida una noche de alcohol 

No callar por miedo a ser rechazada y contarte 

Esa idea y que tu casa tambalee 

Sería genial que fuera un huracán y le vuele el techo 

Fuese la casa más endeble 

O movible como una rodante 

Mi idea viajaría con la velocidad de esa locura 

Pasaría como una meteorito iluminando tu cielo 

Y por fin, removería tus intenciones de establecerte 

Me dirías 

Qué bueno que no es/fue 

Para siempre 

Si me dijeras para siempre, me iría 

Y no quiero irme 

Sin vos 

Hacé ruido de lo quieto

Me acuerdo que le buscabas las manos a las personas mientras les hablabas. Tus ojos redondos y negros, como los de un animalito, penetraban curiosos o divertidos, a veces duros, casi siempre brillantes. Te gustaba hacer crujir los dedos de los demás, arrancar sonido de la mano indefensa entre las tuyas. Tus mejillas todas coloradas y la sonrisa amplia "¿Se besaron?" Toda charla con vos terminaba en una confesión romántica. Me llevabas aparte y, por un ratito, no eras más que una nena curiosa, indagando sobre los sentimientos de su amiga, como en la escuela. Ese día que no me levanté a saludarte, tendría que dejarlo ir. Tendría que soltar. Quedarme en ese momento de confesión, en los secretos con las manos agarradas ¿Cómo hacías para tener el pelo etéreo como muñeca? Chau, dijiste, nos vemos. Agarrame la mano. Hacé ruido de lo quieto. Sabías que no me gustaba eso, pero ahora, te perdono. Seis AM, dos días seguidos, esos dos días de mierda después. Hiciste sonar el palo de lluvia de mi pieza y yo no creo en nada. No creo en nada y vos lo sabías, pero sabés que dije que ahora sos un ángel. Perdón. Pero quería que fueses algo. Creo que te gustaría. Tengo muchos secretos para vos, tengo otros amores y siento que pasaron años. PASARON años. Aunque sea el palo de lluvia, dale. 

27.5.20

Quiebre

  
Alba se calzó el cuchillo en la parte interna del borcego izquierdo y exhaló de golpe todo el aire que guardaba en tensión. Al pararse, el peso de su propio cuerpo la devolvió a la cama y el colchón tembló con el impacto. Las escenas de la noche anterior le inundaban las retinas. La respiración se le volvía asimétrica y destemplada, como en aquellos momentos a los que su mente no podía dejar de regresar. Antes del amanecer, incluso, había estado repasando todo. Como no había dormido, tenía la nitidez de un hecho reciente y no se había registrado en la categoría de recuerdo consolidado. No supo atribuir su debilidad a una cosa o a la otra, por lo que decidió que sus piernas no le respondían por al menos dos razones: La falta de sueño y el impacto de haber quebrado a un hombre. 
  
Alba se calza el cuchillo y sale al hall de su edificio repasando los planes, con la mente fría y calculadora, acallando los gritos de la parte más tierna de su ser. Es medianoche y el sonido del reloj pulsera es todo lo que puede llegar a percibir su oído nervioso y atento. Se acerca al vidrio de la puerta principal y contiene el aliento para no empañarlo. El otoño recién empieza en la ciudad y esta noche tiene aún el bao denso del calor del sol desprendiéndose del pavimento. Baja la vista y piensa en su hermano. Intenta no hacerlo, pero se le aparece como una imagen inevitable, una piedra en el camino de los recuerdos. Le vibra el celular y sale decidida, con la mirada en alto y el paso rítmico, casi militar. Llega a Callao y Córdoba, dobla a la izquierda y sigue siete pasos hasta una puerta enorme de roble. Mira para todos lados, como buscando una excusa para no tocar. Finalmente golpea tres veces, espera diez segundos y toca una vez más. Una mujer alta la recibe vestida de la misma manera que ella. Borcegos, pantalones anchos y remera ajustada. Alba se acuerda de su padre, hombre de pocas palabras y mirada infinita, de una ternura incandescente. La hace pasar con un gesto y caminan por un pasillo hasta llegar a un salón enorme, al menos eso sospecha, porque en la oscuridad no encuentra sus límites. Le informan que la estaban esperando y ella, con una mueca, acepta tomar asiento frente a un escritorio. Del otro lado, una mujer rubia tiene los pies cruzados sobre el mueble y la mira con los ojos entornados. Le pregunta si sabe qué está haciendo ahí. Se quiebra la silla. ¿Sabe qué es lo que hacen exactamente ahí? Se quebró la silla, pero aún la sostiene. Esa mujer rubia entiende que ella tenga padre, hermanos o haya tenido incluso amigos hombres, pero hay que enfrentar una realidad: las probabilidades de que estén vivos son ínfimas. La mirada gris del padre le implora algo desde las tinieblas del recuerdo. Si sobrevivieron a la revolución, no van a tardar mucho en aparecer y seguramente haya que tomar medidas. Alba siente que la mujer rubia le grita preguntándole si alguna vez mató a un hombre. La negativa genera un rumor general y, por primera vez mira a su alrededor. Se le quiebran las piernas de la silla. La conducen a través de una abertura y siente cómo se hace más difícil respirar ese aire. El olor a transpiración la inunda y se echa hacia atrás, pero una mano la empuja y la obliga a seguir. Se le quiebran las piernas y apoya las manos en el piso, que parece inundado por un líquido viscoso con olor a sangre. Escucha órdenes para que se pare, pero no puede. Levanta la cabeza y ve el lugar adonde la quieren llevar. Un cuarto pequeño, radiante y limpio. Tan distinto a todo lo que lo rodea que Alba se pregunta si no será una puerta a otra dimensión. Un universo paralelo. Entra en cuatro patas y se sienta en un rincón, acariciándose las rodillas sangrantes. Ensangrentadas. Se me quebraron las piernas. No se te quebraron, tranquila. Parada frente al hombre sentado en la silla, atado de pies y manos, los ojos vendados para no verle el color. Vos pediste ese último detalle.  Pasa tan rápido que no hay tiempo para recordar o interpretar. Se inunda de sangre el cuartito. Pero no el piso. El cuartito es un gran balde de sangre. Sangre que al coagularse los dejará a todos atrapados en una escultura siniestra e imposible. Le gritan que lo quiebre. Se pregunta si necesita taparle los ojos por piedad o por temor de no poder hacerlo si los ve. O si lo reconoce. Se quiebran las piernas del hombre. Se oscurece todo pero la lamparita en el techo sigue brillando.  
  
Alba se calzó el cuchillo. Alba se calza el cuchillo. Alba se despierta y se mira rápido las manos. Las piernas. Registra todo y no ve ningún cuchillo, ningún borcego, ningún quiebre. Suspira aliviada y comprueba que a su lado descansa Pablo, con expresión serena. La noche anterior se acostaron y todo fue de lo más normal. Ahora se acuerda de que la pesadilla es solo eso: Una pesadilla. La realidad es esta: Ella con Pablo acostado al lado. El velador prendido iluminando la mitad del cuarto. Nada inunda al lugar, no hay sangre, ella limpió todo durante la tarde. Pablo le había agarrado de las muñecas para arrastrarla a la cama. Todo normal, nada distinto. Pablo la había mirado a los ojos, él no tenía miedo de reconocerla. Tampoco por piedad se le habría ocurrido tapárselos. Ésta es la verdad, el resto fue solo una pesadilla. Se levanta aliviada a preparar el café. 

29.4.20

Principio y fin (Microrrelato)

Su madre no le leía. Inventaba historias formadas por muchos cuentos distintos, mezclando realidad y ficción y la pieza oscura se llenaba de colores y formas de ensueño, caballos voladores y castillos flotantes. A veces, las manos señalaban puntos imaginarios y estrellas que estarían más allá del techo de su pieza. Pero ellas las veían, traspasando el material. Ese era el principio de su vida. Por años transitó ese estado que pasan los adultos pensando que no necesitan las mil vidas que ofrecen las fantasías. Llegó la vejez y la añoranza de todo lo que fue. Se encuentra chiquita acostada junto a su madre, buscando constelaciones en manchas de humedad y caras en el techo de madera. Descubre que ya no le queda mucho más tiempo, un concepto totalmente nuevo para esa nena que tenía la eternidad. Sale al patio y ve las estrellas, ayudando a esa imaginación un poco dormida de tanto esperarla. En la luna serena solo esas manos quedan, inmortales, ensayando los gestos que hacen al mundo, volver a su principio.
Escucho en tu silencio
mi propia voz ahogada
me decís vos tu verdad
me siento yo arrepentida
veo en tu muralla
mi vida estrellada
encerrada

Cuando escucho los pájaros
tu tacto frío
me despierta al alba

me siento más sola que nunca

Es mi silencio el que guardo
tu voz la que se ahoga
sigo siendo la que se arrepiente
y sé que es tu muralla
nuestra vida estrellada
amurallada

Escucho tus pájaros
me toca tu frío
me despierto sola

Al alba me despierto
Al alba me arrepiento

Me despierto autómata
fría, arrepentida
es tuyo y es
tu voz ahogada
tu frío, mi voz ahogada

Escucho mis pájaros
me despierto, encerrada
amurallada
mi frío, mi alba,
mi alba, mi tacto
escuché mi silencio
y mi voz
mi propia voz ahogada

22.4.20

El envío

EL ENVÍO 
La iluminación amarilla y perpetua de la mañana bañando los cuerpos a través del vidrio y las cortinas de las ventanas de la casa de. La luz perpetua teñida de sol, la luz del sol, dorada y tiñendo todo el cuarto, cubriendo las caras, descubriéndolas del sueño y de la oscuridad de la noche, de lo oscura que es, la verdad es muy oscura. Es la claridad esa a la que me refiero, la que vos bien conocés, conociste digo. Bueno, en mí siempre es ese día. Digo que, en mí, en mi mundo es esa mañana siempre. Siempre. Es esa y son muchas mañanas y noches más. Aunque las noches no me anime a recordarlas tan negras o privadas de luz, cómo lo digo...prefiero iluminarlas. Pero siempre es al mismo tiempo todo esto que te estoy por enviar. Te lo envío porque quiero que sepas. Lo que guardo en mi corazón metafórico. En mi epicentro. Todo lo que alguna vez amé o me cambió la esencia. Vos también sos parte, querría hacerte saber, pero esto es más grande aún que cualquier sensación que hubiésemos podido atravesar juntas en vida. No quiero gastar energía hablando de lo que perdimos. Fijate que no dije tiempo porque en mí el tiempo ya no existe. En mí, en mi mundo digo. Entonces esa mañana, sí. Mañana dorada de verano. Fresca y perfecta, como ya sabiendo que iba a perpetuarse al infinito. Tu pelo despeinado en la cama. Desparramado. Tu brazo descubierto y helado por el ventilador. Ella saliendo a saludarme y la otra tirada durmiendo más allá. Ella acompañándome al auto. Vivo en este momento. El abrazo. La sonrisa. El pelo largo. Los ojos dulces y redondos como bomboncitos de chocolate. Toda dulzura. Se ríe. Se alegra, dice. Veo que se alegra. Te amo, le digo. Es que la amo. Todo eso y vos y ella y la luz del sol y las sonrisas y la expectativa de vivir toda la vida. De vivir. Vivirla. Ya sé ahora que no es todo, pero de alguna manera esa sensación queda y cambia. Ahora es otra cosa. Es una sensación abrazadora e inexplicable, que no va para atrás ni para adelante pero que me llena a mí, a mi mundo de un color transolar. Un color marítimamente mío y universal. Transmarítimo. Es amor. Mi amor me mantiene cálida porque es el amor del todo. Entonces, esa mañana y todas las mañanas y noches y tardes en las que habito ahora, están atravesadas por este rayo onírico de amor puro, que tiene un sabor tan dulce como mi chocolate preferido, pero jamás empalagaría a nadie, ni siquiera a vos, amiga. Te quería contar para que te calmes. Sé que sos curiosa, inquieta, y que la duda te está manteniendo despierta a veces, llorando otras, con el corazón angustiado siempre. Y necesitás saber. Y por eso te cuento. Porque en realidad no me fui a ningún lado y no hace falta que te lo diga. Porque no existe irse. Solo alejarse un poco y después volver, por la misma redondez del infinito. No llego ahora a abrazarte, pero algún día en los días de mi mundo, no del tuyo, voy a volver a agarrarte la mano y a apretarla y a preguntarte: ¿y? ¿Cómo va? 

El arte de fingir dolor



Para creer que ayer no es hoy.  
No ves que pasó el tiempo,  
Asentir con la cabeza 
A sentir el calor de esa hoguera 
quemándose bajo techo 
Fingir que ya es hoy 
Que no es ayer 
Que pasó tiempo 
Que el sol que se fue, 
cuando salió, ya no era el mismo 
Que ya te fuiste. Que no me quema. Que no me abraza.  

No estaría encendido 
No debería estarlo  
afuera el tiempo  
Que se vaya, afuera 
El ajeno a todo 
Cuánta crueldad hay  
en invalidar un sentimiento 
Por lo que debería ser y se niega 
Efímero. 
Y más envejece, peor 
Pasa a ser ridículo que importe 
Ridículo el fuego 
Entonces la arena de la vergüenza cae  
                                lo aplasta y lo apaga.  

En este punto de mi mente te quedás, hasta acá te dejé avanzar. Y el humo lo inunda todo y no se distingue otra cosa más que un leve espectro de llama hecho de aire y partículas plateadas. Debía de ser importante aquello que se quemó. Debía serlo.